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La elección del centro escolar se ha convertido en una de esas laberínticas decisiones que las familias deben tomar durante los primeros años de la vida de sus hijos, y que condicionará el desarrollo de éstos por un dilatado período de tiempo. Se trata de un momento cargado de dudas: ¿tendrán todos los recursos que necesita?, ¿le atenderán adecuadamente?, ¿me mantendrán informado?, ¿será feliz?, ¿tendrá amigos? ….

La sensación de incertidumbre se intensifica cuando, además, se detecta que “algo no va bien”: “es que no me hace mucho caso”, “parece que no me escucha cuando le hablo”, “le cuesta comunicarse”, “es muy nervioso”, “no termina ningún juego”, “dice algunas palabras, pero no conoce los colores, las letras o los números”, “si no puede estar sentado ¿cómo va a coger el lápiz y realizar una tarea?” … Los signos de alarma o síntomas de una alteración en el neurodesarrollo (TDAH, dificultades en el aprendizaje, trastorno específico del lenguaje, TEA, y un largo etc.) suelen apreciarse pronto, a pesar de que las familias no sepan darle un nombre a lo que ocurre.  Muchos padres y madres pasan por esta dura fase a la vez que deben tomar vastas determinaciones en torno a la educación y el futuro de sus hijos.  

Además, los niños cada vez se escolarizan antes y para las familias resulta muy estresante no tener certeza de que recibirán la atención y los recursos que necesitan en el lugar donde van a pasar un número considerable de horas al día, sobre todo cuando son tan pequeños y dependientes del adulto.

Desafortunadamente, no existen colegios “a medida”, para nuestros hijos. Las familias pueden pedir orientaciones en torno a qué aspectos deben tenerse en cuenta a la hora de elegir uno u otro centro escolar, así como analizar los cambios que pueden producirse con respecto a los criterios de escolarización en su comunidad autónoma en nuestro caso, el decreto aprobado por el Gobierno de Andalucía entra en vigor el próximo 1 de marzo.

Desde Neuropsipe, matizamos algunas de las consideraciones a tener en cuenta:

 

  • El centro debe disponer de un Equipo de Orientación Psicopedagógica (si se trata de un centro de Educación Infantil y Educación Primaria), o de un Departamento de Orientación (Educación Secundaria Obligatoria), que pueda valorar las dificultades de este colectivo, orientar al profesorado y a la familia, así como elaborar el informe de evaluación psicopedagógica y las adaptaciones curriculares pertinentes para tomar las medidas oportunas en cada caso.

 

  • Es preferible que el centro escolar no sea demasiado grande ni cuente con muchas líneas por curso académico, así como que la ratio por aula no sea demasiado elevada, con el objetivo de que el niño pueda adecuarse a las instalaciones, ser autónomo en los desplazamientos, y asegurarnos, en la medida de lo viable, de que su educación sea lo más personalizada posible.

 

  • Lo ideal es que el profesorado abogue por una coordinación continuada con la familia, se muestre cercano, así como que disponga de conocimiento específico en torno al trastorno. Cuánta más información tenga sobre el manejo del mismo, mayor será la probabilidad de desarrollar estrategias para el adecuado control ambiental, organización y metodología, adaptadas a las características de este colectivo.

 

  • Del mismo modo, el equipo docente debe desempeñar una labor armonizada, el intercambio continuado de información y pautas de actuación facilitará, no solo el resultado esperado en cuanto al alcance de objetivos por parte del alumno, sino el adecuado manejo del comportamiento dentro del grupo-clase y consecuente adaptación del niño a las normas de convivencia del centro escolar.

 

Además, la posibilidad de establecer contacto con agentes externos (médico, terapeuta), implicados en el tratamiento multidisciplinar del alumno, resultará otro punto a favor para asegurar la consecución de metas y el abordaje sistémico de las necesidades.

 

  • En cuanto al papel de la familia, la implicación en el curso del aprendizaje de su hijo resulta elemental. La comunicación continua con el profesorado (bien mediante el uso de la agenda escolar o la periodicidad de las reuniones en tutoría), constituirá una herramienta clave en la detección de posibles dificultades, así como facilitará la acomodación de estrategias de compensación. La familia debe estar abierta a formar parte de dicho proceso de manera activa, constituyendo un agente de cambio más. De esta forma, podrá instaurar una pedagogía compartida y anticiparse a situaciones novedosas o complejas, reduciendo el malestar de sus hijos ante aquellos momentos en los que no dispongan de un apoyo externo.

 

  • Existen otros elementos que van a facilitar el adecuado ajuste del niño a su entorno escolar. Factores como la autoestima, la adaptación social o la estabilidad emocional resultan primordiales en la configuración de la personalidad de los menores. La familia constituye un apoyo en el proceso de integración social del alumno. Participar en actividades extraescolares (que se adecuen a sus gustos, preferiblemente deportivas y en pequeño grupo), y en reuniones con el resto de las familias y compañeros, va a facilitar que su hijo se sienta seguro y cómodo en el centro, así como que desarrolle habilidades y estrategias para desenvolverse de manera autónoma en su entorno.

 

  • No podemos olvidar que cada caso cuenta con unas características propias y heterogéneas. Las familias deben buscar el apoyo de profesionales especializados, que no solo acompañen y guíen la búsqueda de soluciones ante situaciones cruciales, sino que además les ayuden a identificar los avances y obstáculos superados, compartiendo con ellos la satisfacción y el placer de contemplar la felicidad de un niño para el que no existe una “educación confeccionada a medida”.
Una escolarización a medida

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